“Cuando vuelvas a moverte, vas a bajar las escaleras y vas a sacar la ropa limpia de la secadora”.
Esto es lo que me digo a mí misma mientras me siento en mi escritorio y miro por la ventana, paralizada por el creciente peso de esa tarea tan sencilla. Es el final de la jornada laboral y mi Adderall de las 15:30 corre por mis venas como un rayo azul.
Si no intento moverme ahora, podría quedarme con la mirada perdida en la pantalla de la computadora durante las próximas dos horas. No quiero eso. Quiero bajar las escaleras y recoger la ropa que está en la secadora, porque lavar la ropa es una de esas cosas que yo, una persona funcional, debería ser capaz de hacer con un mínimo de fluidez.
“Y, ya que estás ahí”, añade mi cerebro, “puedes tomar una bolsa de basura”.
Una bolsa de basura, para llevar a la oficina de mi casa, donde trabajo como redactora sénior de cultura para CNN cuando no estoy en las oficinas de la cadena en Atlanta. Tengo un Emmy a un lado de mi escritorio y, al otro, una lista de tareas que parece escrita para un niño de primaria: “¡Recuerda revisar tu correo electrónico! Tienes una reunión a las 13:00” (la segunda está en letras enormes, rodeada y subrayada varias veces, como un grito silencioso).
Estoy orgullosa de la carrera que he construido durante 15 años en CNN. He escrito sobre taxidermia y cosplay, municiones policiales no letales y “ansiedad de rapto”. Con mi trabajo he ganado un Emmy, un premio de la Asociación Nacional de Periodistas Negros y algunos Webbys, y he llegado a explorar innumerables facetas fascinantes de la humanidad. Solía pensar que lo había conseguido todo a pesar de mi TDAH, diagnosticado oficialmente hace ocho años. Pero ¿y si, a pesar de la citada lavandería, parte de mi éxito se debe a él?
A lo largo de mi carrera, he tenido el honor de hablar en varias clases universitarias de periodismo. A veces menciono mi lucha de toda la vida con el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, pero siento que siempre es un riesgo. El periodismo es una disciplina de detalles, un baile de plazos. Admitir que hay algo en mi cerebro que dificulta esas cosas es como poner en duda mi aptitud profesional.
Pero el periodismo también es un ejercicio de la verdad, ¿no? Aunque parecería más glamuroso discutir en una redacción o escribirlo en una página web, a veces la verdad está latente en la secadora, esperando a ser guardada. A veces se esconde en una oficina desordenada, entre artefactos de una carrera satisfactoria y un montón de papeleo sin archivar.
Limpiar mi lugar de trabajo es otra de las tareas que quería hacer hoy, o que quizá llevaba una semana queriendo hacer. Empieza con la bolsa de basura, que está abajo, en el lavadero. Una de las tristes ironías de las personas que padecen TDAH es que anhelamos el orden que parece que no podemos crear. Hasta que la oficina esté limpia, siempre estaré un poco distraída, rodeada de otra tarea esperando a ser realizada.
Por desgracia, con un pensamiento errante, he creado una megatarea, porque acordarse de recuperar dos cosas de un mismo lugar requiere un intenso cálculo mental al que yo, una persona que puede hablar largo y tendido sobre al menos una docena de intereses especiales irrelevantes, no puedo acceder (“¡no es difícil!”, trina el torrente azul de las anfetaminas, que se arremolinan en torno a mi cerebro pero aún no llegan a él).
No lo sabré hasta que empiece a moverme, que no lo he hecho. Me detuve a escribir todo esto (aquí va un gran consejo de escritura para las personas con TDAH: espera a que tengas que estar haciendo otra cosa, y las palabras fluirán).
La atención plena es otra habilidad en la que confío, así que ahora estoy aflojando la mandíbula, lanzando miradas a las hojas verdes del exterior en un intento por calmar mi mente y devolverla a la tarea que tengo entre manos, que no es recoger la ropa limpia o coger una bolsa de basura, sino prepararme para hacer esas cosas. Un consejo habitual para las personas con TDAH es dividir una tarea en partes manejables: levantarse. Bajar las escaleras. Abrir la secadora. Meter la ropa en el cesto.
Ah, ¡se te olvidó el cesto de la ropa!
Pero primero, paso uno: pensar en la tarea. A continuación, piensa en dividirla (que es otra tarea). A continuación, recuerda que has olvidado un paso de este conjunto imaginario de acciones. Gracias a Dios que pensaste en ello de antemano, o estarías ahora mismo en el lavadero sin el cesto de la ropa, con cara de tonto.
Cuando me preguntan por mis experiencias, suelo describir el TDAH como un animal siempre presente. No puedes enjaularlo ni domarlo para que se someta. Aprendes a convivir con él para poder hacer lo que necesitas, ya sea escribir un ensayo personal sobre el TDAH o lavar la ropa.
A veces, lo primero es más fácil que lo segundo. Desde luego, es más importante, y por eso estoy escribiendo esto en lugar de bajar las escaleras arrastrando los pies y repitiendo la frase “la ropa y la bolsa de basura; la ropa y la bolsa de basura” como un conjuro de un druida.
El TDAH está relacionado con un mayor riesgo de desarrollar trastornos mentales e intento de suicidio, según un estudio
Si empezara ahora, todo el asunto de la ropa me llevaría unos cinco minutos, y me quedaría atónita por el poco esfuerzo que me supone, como si fuera la primera tarea que realizo en mi vida y ahora poseyera una solución secreta nunca antes considerada, que es simplemente hacerla. Los expertos te dicen que imagines lo bien que te sentirías al realizar la tarea. Se supone que ese enfoque ayuda a iniciar una tarea, pero desgraciadamente desencadena otra: sentirse culpable por no haberla realizado ya en el tiempo que llevó inflar el simple acto de lavar la ropa en un símbolo cósmico de vivir. Sentir que tal vez no eres lo suficientemente bueno para nada de esto, en absoluto.
¡Simplemente hazlo!
Mis padres, frustrados por todo lo que podría haber hecho pero no hice de niña, me hicieron escribir esas palabras y colgarlas en la puerta de mi habitación. Mi madre lloró una vez cuando no terminé los deberes en 4° de primaria.
“¿Tiene un tumor?”, le dijo a mi padre. “Deberíamos hacerle pruebas para ver si tiene un tumor”.
Volviéndose hacia mí entre lágrimas, me preguntó: “¿Es porque no tienes retos?”. Yo era lista, así que le dije que sí.
Ese no era el verdadero problema, pero no tenía un nombre para el verdadero problema. No tenía la edad ni el valor suficientes para decirle que me había suplicado a mí misma más veces de las que ella jamás podría. Que me mareaba la premonición de toda una vida dedicada a sentir la decepción ajena.
Tardé años en conseguir la combinación adecuada de apoyo que me ayuda a mantener a la bestia dormida mientras hago mi trabajo. Es un delicado equilibrio de disciplina personal, intencionalidad, comunicación abierta, medicamentos recetados y optimismo implacable y desquiciado. El último ingrediente parece trillado pero es necesario para cualquiera que luche con una diferencia de aprendizaje. He aprendido que hay que ser amable con uno mismo y aceptar lo que uno puede hacer en lugar de regodearse en la culpa por lo que uno cree que no puede.
A menudo discutimos las desventajas de estas diferencias en lugar de las fortalezas reales: una mente con TDAH, ágil y en perpetuo movimiento, puede hacer conexiones inesperadas y presentar soluciones que nadie más ha considerado. A menudo rebosa compasión, creatividad y curiosidad. Los editores que trabajan conmigo pueden sentirse frustrados cuando la culpa y la ansiedad que siento por no cumplir un plazo me desvían del camino. Al mismo tiempo, aprecian que pueda adaptarme fácilmente a los comentarios y a las nuevas ideas con poca elaboración.